El proceso de desarrollo de jugadores ha cambiado dramáticamente con el tiempo. Hace unas décadas, los jugadores de competencia aprendían a jugar asistiendo a los programas juveniles de sus clubes que ofrecían clases privadas o en grupo unas cuantas horas a la semana. El resto del tiempo los jugadores simplemente jugaban partidos.

A medida de que los premios aumentaron en el circuito profesional y que los mejores jugadores se convirtieron en verdaderas superestrellas, la demanda de programas más intensos y especializados también creció, resultando en la creación de un gran número de academias y escuelas enfocadas al alto rendimiento. Estos programas venden más horas de instrucción y más atención individual, y hoy en día son los programas de elección para los jugadores de competencia.

Esta evolución seguramente ha levantado el nivel, pero no en proporción al incremento en horas de entrenamiento y a su costo exorbitante.

Aunque damos por hecho muchas de las características de los programas modernos de desarrollo, es importante acordarnos que muchas de estas características son el resultado de decisiones financieras – decisiones que no necesariamente tienen sentido desde un punto de vista pedagógico.

Por eso creo que es importante cuestionar de vez en cuando todos los elementos que de alguna manera aceptamos como norma.

Por ejemplo:

1) La mayoría de los programas de competencia ofrecen entre 15 y 25 horas de entrenamiento para jugadores entre 10 y 18 años, pero ¿Realmente necesitan los jugadores menores de 14 entrenar 20 horas por semana? El incremento en la cantidad de lesiones parece no soportar esta práctica. Si los profesionales entrenan entre 20 y 25 horas a la semana, sólo tiene sentido que los jugadores menores se acerquen a ese monto paso a paso y no comiencen allí.

2) Aún más, ¿Realmente existe algún jugador que necesite 25 horas de entrenamiento supervisado a la semana? El sistema me parece el ejemplo perfecto de la ley de rendimientos decrecientes. Después de las primeras dos o tres horas de instrucción, cada hora ofrece menos beneficios; ¿Cuántas veces se puede repetir lo mismo antes de que el jugador deje de escuchar? Para mí, entre 8 y 10 horas a la semana me parecen más que  suficiente.

Durante el resto del tiempo, los jugadores podrían trabajar solos en su juego, experimentando, competiendo y aprendiendo a resolver problemas. Se les podría estructurar el tiempo, pero con muy poca o sin supervisión. Los costos bajarían sin afectar el desarrollo. Más importante, la exagerada tendencia de los entrenadores hacia el entrenamiento técnico se reduciría. Cuando uno vende 20 horas de entrenamiento supervisado con cuatro jugadores por cancha, se vuelve difícil ofrecer suficientes partidos y entrenamiento de situaciones de juego. Por lo cual, la mayoría de jugadores juveniles le pega bien a la pelota, pero no sabe construir puntos ni competir efectivamente. En contraste, muchos de los jugadores que aprendieron hace tiempo en clubes y principalmente jugando, eran mucho menos sofisticados técnicamente pero mucho mejores tomando decisiones tácticas y compitiendo. 

3) Otro aspecto que vale la pena cuestionar es el siguiente: ¿Realmente se necesita un entrenador por cada cuatro jugadores? ¿Es esa la proporción ideal, o simplemente otro elemento comercial que se ha convertido en la norma de la industria? Esta proporción sonaría ridícula en muchos otros deportes.

Estoy seguro que con un poco de organización podríamos lograr los mismos resultados con menos entrenadores por jugador y ofrecer programas más económicos e igual de efectivos y rentables.

4) Finalmente, muchos programas incluso recomiendan clases privadas además de las 15 a 25 horas de entrenamiento supervisado. ¿De veras? ¿A poco no podemos enseñar lo que necesita el jugador en 20 horas de instrucción? Por supuesto que es importante trabajar con jugadores individualmente de vez en cuando, pero creo que lo podemos hacer perfectamente durante el tiempo normal de entrenamiento.

No me lo tomen a mal. Sé bien lo complicado que es balancear todos los elementos de un programa exitoso de desarrollo. Es un proceso lleno de decisiones difíciles, pero necesitamos seguir cuestionando y experimentando con el modelo. Estoy seguro que podemos idear un sistema de desarrollo mucho más eficiente que produzca jugadores más sanos y mejores, a costos más bajos y sin sacrificar el modelo comercial.